martes, 16 de enero de 2018

Justo así.

Ella me regalo un rock, yo de mi parte le dediqué un vallenato. Ella tan de ese altiplano que tanto gustó a los europeos en América, yo por mi parte tan folclórico, más del norte, más provinciano.

Tan convencidos que eramos iguales, que los dos nos miramos con confianza, los dos añorábamos algo bañado en salsa, que oliera a nuestro pequeño país tropical.

Ella arrojó su sabor en mí, yo que no creía que me faltara, ella parecía de mi familia, yo la sentía muy cercana. 

Y aunque los años pasen, siempre la voy a entender, pues la felicidad no es el apego, sino la libertad del otro ser.

Enrolado.

De cómo la vida te demuestra que no hay línea recta ni verdades enteras. Esto es de cómo la vida te confirma lo increible que es cada día y que las promesas de Dios llegan siempre en el momento indicado y a su manera.

Viajé miles de kilómetros para encontrar lo que hubiese querido ver en una calle bogotana un día cualquiera, en esa época en que sentía que la vida no me quería. Fue lo primero que vi en ese nuevo país, que ya no era tan extraño pues estaba ella, tan llena de olor al país tropical que me vio nacer.

Y siendo ella tan bogotana, que iba a saber yo que iba a tener, esa mezcla latina que encanta,  entre la fría y hermosa sabana.

Allí la vi, tan llena de ideas y de ganas, tan llena de vida y ganas de vivirla. La vi tan mía, así como la quería. Su cara redonda y su pelo hasta la cintura, su olor a bueno, su olor a paz.

Me gusta toda. Me gustan sus ideas, su mirada, lo que piensa, lo que dice, como lo dice, su esencia y hasta su manera de decir no. Me gusta toda, la quiero mía, pero también la quiero de la vida.

Goteras de un techo ajeno.

Que son las fugas intermitentes que nadie entiende en otros cuerpos, que de por sí la vida misma es complicada para asumirla en soledad y con el orgullo de creer que lo podemos todo, así canse, así duela y así el cabello se quede en tus manos.

Y qué si apoyas tus cargas en un hombro ajeno, dónde están esos hombros, por qué no son comunes si en la palabra aquel hombre sabio habló del prójimo como lo más importante.

Y qué si no somos los más apuestos, los de más éxito y los más ostentosos. Y qué si vives liviano y te concentras en amar al otro. Por qué tu vida no se pregunta si al lado está quien carece de lo que tienes o lo que sabes.

A qué horas nos cobijó el egoísmo y la indiferencia constante, si el alma se llena más con el compartir y la satisfacción de sellar las goteras de un techo ajeno, en vez de lujos propios que no tienen la mirada alegre de quien se estaba mojando.

El olvido.

El olvido es un alivio de las almas afligidas por los falsos amores.

Es un error de aquel que piensa que la medicina del olvido tiene raíz en los kilómetros de distancia, no, la verdadera cura llega de las actitudes vacías del otro, que cansan hasta al más enérgico y aburren hasta al más divertido.

La madurez te enseña la importancia del olvido, no como ese: "ya no me acuerdo", sino como ese: "me acuerdo porque aprendí, me dolió, pero ya no me duele".

Sí, el olvido es un alivio, pero debe ser visto más como el comienzo de la evolución del ser humano. Hay que aprender del olvido, hay que amarlo, y ser una mejor persona a partir de allí.

Desde que tiene lugar el olvido comienza una nueva etapa, muchos no lo ven así, y siguen siendo los mismos a los que les tocará olvidar mil veces a la misma persona.

¡No! Si a ti te toca el olvido, que sea para que en el siguiente olvido puedas aprender nuevas cosas, o mejor aún, para que ya no te toquen más olvidos.