lunes, 3 de diciembre de 2018

Pruebas de más de un año.

Te puedes sentir solo estando acompañado, o sentirte acompañado estando solo. O lo peor, sentirte solo estando realmente solo.

Fueron testigos de un año dificil mis momentos y las cicatrices que dejo consigo. Lo que sería un viaje de sueños, que de por sí lo fue a mi manera, estuvo lleno de un antes triste, un durante desesperanzador, y un después amargo. Sabores que aún siguen en mi boca, pero que espero cepillar lo más pronto posible con mi esperanza constante y mi valor para asumir la vida.

Fue así, antes de irme a Europa mi niño descubrió su cruz. Antes de conocerlo, su papá me enseñó a amarlo como él me amó a mí, pero el destino ha jugado sus cartas para llenar de tragedias todo lo que viene de él, por una mal llevada vida. Así es, mi alma aún me dice que Dios nos ama y que seremos capaces de enderezar los caminos, pero que depende de ellos y no de mí. De su tacto y rectitud, los cuales su padre nunca tuvo.

Este episodio me revolvió mis miedos, mis inseguridades, mis debilidades. Las tensiones que aún no se van del todo crecieron de manera exponencial, mis alergias se hicieron más fuertes, mi piel lo notó, pero más mi alma que se sentía triste y extraña. En el extranjero quería desbocarme en amor y experiencias, pero me ganó la profunda melancolía que me acompañaba, y la incapacidad para estar bien yo mismo, antes de estar bien con otro.

Luego supe que su hija nos demostraba que todos los esfuerzos habían sido en vano. No la juzgo, ella es resultado de un ambiente hostil. De dos seres que no estaban anclados a esta tierra. Una vez más la desilusión me acompañaba, pero la tranquilidad llega cuando te das cuenta que ese no es tu centro, y que es de esas cosas que le tienes que soltar al universo. Sin embargo me fui componiendo, regresé con alegría, aunque esta se fue desvaneciendo al ver que era yo en un ambiente diferente, enrarecido, donde ya muy poco me motivaba. El licor no hacía lo mismo de antes, me hacía daño, un daño intenso, los seres humanos no aparecían para amarme como yo quería, no había ilusiones infantiles, o tal vez estaban pero el que no estaba era yo.

A pesar de eso quería ser el mismo. Ese que aguantaba no ejercitarse, no dormir bien, desgastar la fiesta. Pero el cuerpo me cobraba cada día la búsqueda de la felicidad en cosas efímeras. Se puso peor, la muerte nos arropó de nuevo y se fue el único hombre de verdad que ha tenido esta famila. Y el problema no es la muerte, sino los vacíos que deja y el dolor que causa cuando no es planeada, cuando llega de repente. Y allí tuve que estar yo, de pie para ser el bastón de apoyo de mi querida, sacando la fuerza que no tenía porque me seguía sintiendo extraño, muy extraño.

Pero seguí de pie, me preparo día a día para la batalla, ahora me conozco muchísimo más. Y ante esa actitud rara de la vida hacia mí, he podido salir de los problemas, o ir saliendo, porque todavía no he sacado la cabeza victorioso. Ir saliendo ha significado dejar amigos en el camino, entender lo que duele la traición y la falta de solidaridad. Hasta eso ha tocado aprender en este año que me gustaría llamar nefasto pero que mejor llamaré de abasto. De abastecerse de una verdadera crisis para tener caracter, ese que se necesita para enfrentar de verdad la vida y poder autorrealizarse.

Reciéntemente hasta sentí el miedo que mi reina se fuera.Y la tristeza se hizo mucho más profunda. Pero volvió a salir la casta y el valor que tengo adentro. Ese mismo que, con el miedo más grande, le ha dado la pelea a los grandes retos. Volvió a salir y esta vez para confirmarle a los de alrededor que soy capaz de ser yo, y que de paso no me importa nada lo que piensen. En absoluto.

Vamos cabalgando con tremendas rocas de lado y lado. Pero vamos sacándole el triunfo al destino. ¿Que si ganaremos?  de eso estoy seguro. Volverá la vida, la alegría que dan las notas de un acordeón, volverá el amor. Volverá sin ninguna duda el gozo por vivir y sin ninguna duda me encontrará mejor.